Roberto Martín «Jarocho» tocó el cielo madrileño la noche del martes 21 de mayo. Aún asimilando lo vivido, cuenta las impresiones de la, hasta ahora, tarde más importante de su carrera
Todavía no se han cumplido dos días desde que los aficionados de Madrid alzaron a Jarocho en hombros para cruzar el umbral que todo torero sueña, persigue y solo algunos, consiguen.
Cuando el día se encontraba en el filo entre la tarde y la noche, un cerrojo sonaba, aquel separaba las dos puertas de la monumental madrileña para que Roberto, un joven novillero de apenas 19 años, sintiese lo que es tocar de cerca la gloria.
Una tarde en la «que sentí cosas muy bonitas», además de ser capaz de «acercarme a torear como lo siento». Un primer novillo noble, al que llevó por abajo y dejó destellos de lo que quería mostrar. Sabiendo los terrenos que pisaba, enganchando de frente y conduciendo la embestida detrás de la cadera, como en Madrid gusta.
En el segundo (quinto de la tarde), rompió Madrid. El de Fuente Ymbro tenía un pitón izquierdo que había que saber aprovechar. Lo vio desde el principio «pero había que ir haciéndolo poco a poco para que llegase a sacar ese fondo y entregarse en la muleta», apunta Jarocho.
En su segundo, el hijo desmonteró al padre. Jarocho banderilleó a «Iluminado» y la afición venteña reconoció el trabajo ovacionando al hombre de plata. Para el hijo, «todo lo vivido, ver a mi padre feliz, es la mejor forma de recompensarle todo lo que ha hecho por mí». Por naturales reventó el hijo Madrid, como gusta, a pies juntos, alargando el brazo y toreando con la cadera. Madrid tiene un silencio característico, cuando el aficionado está metido en faena, solo se rompe con «ese olé seco», una sensación única y reconfortante «ver como la gente se emociona con lo que estás haciendo».
La segunda imagen de la tarde la protagonizaron sus compañeros, sus amigos. Cientos de jóvenes, entre ellos los alumnos de la Escuela Taurina José Cubero «Yiyo», saltaron a la arena de Las Ventas con el objetivo de alzar en hombros a quien desde ese momento, se convertía en referente, sin dejar de ser compañero. Un momento «muy emotivo, el poder vivir la salida a hombros con todos ellos». Para Jarocho, no es únicamente una escuela taurina «sino que es una escuela de valores y se pudo demostrar el respeto y compañerismo que nos tenemos todos».
El sexto se lo brindó a los maestros Fernando Robleño y Sergio Aguilar, directores de la escuela en un homenaje «que sentí que debía hacer, por todo aquello que hacen por nosotros día a día, por enseñarnos y acompañarnos».
El siguiente paseíllo del burgalés será en San Martín de Valdeiglesias el próximo sábado 1 de junio. Se desmonterará en dicho ruedo para lidiar astados de Baltasar Ibán en la última semifinal del Circuito de Madrid.