
Loable y ensalzable es la categoría de toreros que venimos disfrutando a lo largo de todo el Circuito de Novilladas de Castilla y León. Aunque presenciemos un cierto atisbo de pesadumbre en según qué ámbitos de difusión y comprensión de la fiesta, lo cierto es que en términos cualitativos gozamos de una salud extraordinaria. Venimos de un tiempo donde absolutamente todo valía, se le perdonaba al puntillero levantar al novillo las veces que hiciese falta, al novillero preparar una escabechina dantesca con estoques atravesados cual rodillo de hilo con aguja de la abuela, o con 15 o 20 entradas -ya casi sin fuerza en brazo, antebrazo y muñeca- con el verduguillo torero. No pasaba nada, eran “chavales” y estaban aprendiendo, Chavales que quizá gracias a las Escuelas Taurinas se habían pateado 40 tentaderos y otras tantas novilladas sin picar, y no solo eran “los chavales”, lo más escandaloso de todo siempre eran las cuadrillas, cuadrillas de gordos redomados o en su defecto escuálidos faltos de trapío en pecho y cuartos traseros que durante el tiempo ordinario dedicaban sus románticos esfuerzos en negocios de fragua o alfarería en el pueblo de los bares con tapete bordado cubriendo el televisor; ahora no se da el caso así. Ahora vemos cuadrillas apreciablemente bien preparadas, toreros de plata con mayúsculas, toreros con vocación de toreros que, aunque no sea su actividad total se ve que no han acabado allí por vericuetos de la vida -como Alberti con el maestro Sánchez Mejías en Pontevedra-. Ejemplo es el extraordinario puyazo de Héctor Piña en la palentina plaza de Ampudia, o la intervención en el mismo coso de los extraordinarios rehileteros Roberto Martín “Jarocho” y el barraquista posmoderno, Roberto Blanco, -un auténtico “divulgador” de la tauromaquia en toda su máxima dimensión cultural, excéntrica y bohemia-, el Sánchez Mejías -que hablábamos antes- de la tauromaquia palillera contemporánea. Calidad suprema. Calidad también en los “chavales”, cada vez más toreados dirán, no es eso. Cada vez andando más y mejor en torero -que es lo único que convence al “gran público”-, de manera especial al castellanoleonés. Es encomiable la labor de la Fundación del Toro de Lidia y de la Junta de Castilla y León por fomentar eventos de esta índole, el beneficio en pro de la calidad de la fiesta está siendo extraordinario, haciendo que se vuelvan a ver novilladas picadas, ayudando en su ascenso empírico y numeral a los novilleros que pasan por estos certámenes y haciendo que el “público del pueblo” vuelva a saber que hay novillos que se pican; los utreros, que se puede bregar una lidia en banderillas meciendo el capote con una lindeza propia de la arquitectura gótica medieval ampudiana, que se puede apuntillar sin levantar hastiado al astado “veinte veces”, y que se pueden poner banderillas que huelen a fina pluma de la generación del 27.