Por Marta Valentí Herrero
Los participantes de la Liga Nacional de Novilladas lo tienen claro. Se les está dando una gran oportunidad y … no van a dejar pasar “ese tren».
Es una maravilla ver sus ganas, su ilusión, su nerviosismo o preocupación, para que todo salga perfecto. Utilizan la técnica aprendida, para intentar hacer su faena perfecta. Para estar en el sitio, para conseguir el engaño, para unir la armonía y la eficiencia.
Piensan, para entender al astado. Para cogerle la distancia, para conocer su embestida, para averiguar el pitón bueno o para organizar la faena. A veces lo consiguen y a veces no, o no del todo, pero su actitud siempre les ayuda. ¡Qué ganas tienen de que les salgan las cosas! No cejan en el empeño de «inventar» un buen pase. Mucho mejor si consiguen ligar varios. De intentar hacer una buena faena. De organizar la lidia. De hacerlo bonito y, probablemente lo más difícil, de matar bien.
Son demasiadas cosas, ¿verdad?, pero nadie dijo que fuera fácil ni que se consiguiera rápido. Por eso la actitud, puntúa. La tenacidad jamás hay que perderla, y si no hay faena, hay que inventarla.
Demuestran a su manera, sus fortalezas, su estilo. Aunque este, esté aún por definir. Aún son «moldeables». «Se torea cómo se es», pero a esa edad casi no se es. Sus formas son bocetos de bonitos sueños, o tenues reflejos de esos «espejos» que tanto admiran. Van pasito a pasito, novillada a novillada, convirtiéndose en «cisnes».
A veces les falta «creérselo» un poquito más. Lucirse, adornarse, y en definitiva, sentirse torero. Sé que es difícil, y mucho. Pero… ¡hay que intentarlo! No hay que olvidarse que la expresión artística puntúa, y puntúa porque esto el arte, es hacer especialmente bonito lo mundano.
Me gusta mucho ver las ganas que le echan. El ansia de luchar para llegar a la final. A ser el ganador de la Liga. Esto me trae el recuerdo de aquello que me dijo mi hijo pequeño cuando decidió dejar la escuela. Es cierto que empezó demasiado pequeño, pero tenía tanta ansia de ser torero, que una vez pasados el período de prueba (que pensé que no pasaría), y tras casi dos años, me pareció una contradicción que no quisiera seguir. A mi pregunta de por qué quería dejarlo, ese niño me contestó como si fuera adulto. «Mamá, es que en la escuela hay niños que matan por ser toreros, y yo no…». No tuvo que decir más. ¡Qué cierto lo que me dijiste Pablo! Estos futuros grandes hombres, tienen claro lo que quieren y están luchando con «uñas y dientes» para conseguirlo.
Me gusta oír las entrevistas previas, donde nos cuentan claramente que no están de paso. Que no piensan quedarse en el andén viendo este tren pasar. Expresan perfectamente lo que son y lo que anhelan. Tras sus faenas nos intentan transmitir lo que han sentido, lo que han conseguido, o sus decepciones. Se retratan con toda veracidad. Todo es muy auténtico. Eso dice mucho de ellos, y me encanta. Si ha salido bien se dice, y si no, también y se reconoce. Así se aprende, ¡si señor, esa es la actitud!
Creo que no existe una profesión con más verdad que la de ser torero. ¡Suerte! Ojalá alcancéis vuestro sueño y yo pueda presumir que os conocí en vuestros comienzos.