Por Carlos Palacio
Dice Google Maps que entre Cali (Colombia) y la localidad madrileña de Miraflores de la Sierra hay 8.628 kilómetros de distancia. Un recorrido largo y que, seguramente, muy pocas personas se habrán planteado realizar en algún momento de su vida. Ni siquiera Leandro Gutiérrez, el novillero caleño que abrió los ojos al toreo el día que su padre le llevó a Cañaveralejo, la plaza de Cali, para presenciar un festejo cómico taurino. Aquel día, ni él ni nadie en su familia se podía imaginar que el toreo se había colado muy profundamente en el corazón del pequeño y sería el motor que le impulsaría a realizar tan improbable travesía.
Pero el viaje no ha sido directo. Son muchas las estaciones y peajes que Leandro ha debido pagar para llegar a su destino. Después de aquel encuentro con la tauromaquia en Cañaveralejo vinieron muchos más, también de la mano de su padre, que después le llevó a varias novilladas impulsado por la curiosidad que el chiquillo empezó a sentir por el toreo. Por entonces, su padre trabajaba en una escuela de equitación a la que asistían dos novilleros, quienes, entre caballo y caballo, se “hacían un toro” y movían los trastos ante los ojos de Leandro. Muy rápido se trenzó la amistad entre ellos y el juego del toro comenzó a hacerse serio.
Fue entonces cuando apareció el «Quiero ser torero». Todavía funcionaba la Escuela Taurina de Cali, bajo la dirección del diestro «Vázquez II», y Leandro comenzó en serio su formación como torero, pero al poco tiempo la estructura del centro caleño se desmoronó. Sin embargo, apareció el ganadero Juan Manuel Domínguez, quien lo hizo todo por mantener vivo el sueño de los chicos que se habían quedado sin escuela. El venezolano Marco Antonio Girón y el banderillero caleño Chiricuto se hicieron cargo de la formación de los novilleros, pero Leandro apuntaba más alto.
Una llamada de Juan Manuel Domínguez a Iván Fandiño le abrió las puertas del CITAR de Guadalajara y el decidido apoyo familiar permitió que el viaje pudiera hacerse realidad. Allí empezó a mostrar verdaderas progresiones, pero, pasado el tiempo, llegó el momento de tomar una decisión: volver a casa o buscarse la vida para continuar su formación y Leandro no sabe dar un paso atrás. Alberto Aguilar le recibió en la Escuela de Navas del Rey y el caleño consiguió compaginar su deseo de ser torero con horas de trabajo como camarero o en la construcción, pues son los únicos empleos que le han permitido ausentarse los días en los que se viste de luces.
Así llegó a debutar con picadores en Añover de Tajo el año pasado, con una novillada que muchos matadores rechazarían por su seriedad, pero que ha servido de carta de presentación para el colombiano. Pero, según confiesa, «lo que verdaderamente me está dando a conocer es el Circuito de Madrid. El cuidado que tienen con cada novillada, tanto en la elección de los novillos, en la repercusión que tiene en los medios, en el trabajo de comunicación que hacen con todos nosotros es algo que no llegaba a dimensionar antes de estar aquí y que, por supuesto, me motiva más a luchar por resultar ganador. De hecho, he seguido por televisión los otros circuitos y me doy cuenta de que soy un afortunado. Por eso, aunque cada novillada es importante, por la oportunidad que significa y por continuar aprendiendo, la de Miraflores de la Sierra no es una novillada más, es realmente determinante para mí. Me alegra saber que vengo de menos a más en este Circuito, porque en Miraflores saldré a ganarme un sitio en la final. No pienso en otra cosa».