Guillermo Vellojín.
La vida del artista consiste la fragmentación de su ser. Con toda probabilidad, los antepasados de Altamira alumbraron el ciclo pictórico de bisontes, uros y ciervas en un primigenio tránsito artístico. El pintor paleolítico era más chamán que artista, y sus representaciones grabadas en la roca respondían a ritos relacionados con la magia empática, el totemismo, la simbología sexual y la fuerza genésica. En cualquier caso, el artista de la prehistoria ya tuvo que comenzar a fragmentar su ego humano de su ego artista, una realidad indeleble que ha pervivido a lo largo de la historia. Por eso siempre me he preguntado cómo se produce ese tránsito en el torero, que no es más que el sacerdote de la misa apócrifa de la corrida de toros. Converso sobre estos temas con Álvaro Alarcón, novillero torrijeño y semifinalista en el Circuito de Novilladas de la Comunidad de Madrid en el marco de la Liga Nacional de Novilladas impulsada por la Fundación Toro de Lidia, que está muy ilusionado, pero no del todo satisfecho, porque “para mí, la satisfacción dura solo un instante y siempre quiero seguir trabajando más y más para mejorarlo”.
Deseo conocer esa ambigua frontera entre el ser humano y el ser torero.
¿Cómo es Álvaro Alarcón dentro de los ruedos?
Cuando uno se viste de torero se transforma, de hecho, debe transformarse. Al fin y al cabo, es una expresión artística. Es una sensación única e irrepetible. En el toreo hay mucho que decir, hay mucho que expresar, están en juego muchas cosas. Me gusta desprenderme de mi mismo y me convierto en otra persona vestido de torero. Hay que meterse en el papel y por supuesto disfrutar desde que haces el paseíllo. También es importante tener cierta rivalidad con los compañeros que te ayude a querer superarte. Delante del toro busco tener personalidad y hacer las cosas con la mayor pureza y entrega posible.
¿Y fuera?
Soy tímido. Es cuando estoy vestido de torero que me desinhibo un poco más. Por lo demás, soy un chico bastante sencillo, disfruto de mi familia y amigos y vivo dedicado las veinticuatro horas del día al toro. Mi ilusión es ser figura del toreo.
¿Acaso es posible ser novillero sin aspirar a ser figura?
Para querer ser el mejor hay que soñarlo, tener esa meta. Es importante tener el listón alto y querer competir, por eso, ser figura del toreo es mi gran aspiración. Me parece importante querer formar parte de la historia. El llegar a emocionar a la gente y que recuerden una faena tuya es una de las cosas más bonitas que te puede pasar.
Me permito la siguiente digresión, pero casi siempre que le he planteado a algún profesional el dilema de la frontera entre torero y hombre, parece ser que esa transformación siempre se inicia con el vestido de luces. No me sorprendo, el torero no se viste, sino que se reviste, adquiere un halo de divinidad. El vestido de luces es al torero lo que el solideo al papa, la condecoración al masón, la boa de plumas a la drag queen o la faja encarnada del aurreskulari; es el punto inicial de ese tránsito, el sintagma material que indica que ante nosotros se presenta un ser superior, divino o heroico. Al fin y al cabo, vestirse es el inicio de cualquier liturgia.
¿Es bonito sentir miedo?
Sí y es necesario. Uno siempre quiere que salgan las cosas bien y eso causa inseguridad y miedo. El miedo es el reflejo del compromiso que uno lleva a la plaza. Si pasas miedo es porque vas responsabilizado y sabes lo que te vas a jugar.
¿Cómo podrías definir el concepto de toreo que persigues?
Persigo un concepto desde la entrega máxima con una cierta cadencia, naturalidad y plasticidad que emocione a la gente. Y eso es lo que yo quiero conseguir. Quiero que no se me pueda poner un pero a mi colocación, que digan que sé torear bien y de verdad. Me gusta informarme de épocas y de figuras pasadas del toreo, de sus personalidades tan arrolladoras, de las intrahistorias de matadores como Curro Vázquez o Palomo Linares, que me enriquecen mucho porque me han parecido hombres con una personalidad tremenda.
Y entonces hablamos de la naturalidad…
Siempre hay que ir buscando la naturalidad, pero con otros matices. Me fijo en toreros como Antoñete, Curro Vázquez, José Tomás o Juan Mora, toreros que han desarrollado esa naturalidad. Pero también me fijo en otros toreros que se han desarrollado desde la entrega: por eso, para mí lo ideal es un equilibrio entre entrega y naturalidad. Que vean que es bonito, que no es forzado, pero que él está apretado, que pasa el toro cerca, que eso es algo que también me obsesiona.
¿Qué otras artes te ayudan a crear ese concepto de torero?
Creo que es necesario alimentarse de cosas tan grandes como la música. La música tiene el poder de transmitirte muchas cosas, y además tiene que ver con el toreo. Creo que el toreo es cultura y hay que enriquecerse de todos esos matices.
¿Cuál es el toro de tus sueños?
El toro de mis sueños es el siguiente que vaya a salir, y después el siguiente, y siempre así. El toro de mis sueños es el toro del futuro.
Ha sido bonito conocer el yo humano de Álvaro Alarcón, y estoy seguro de que el torero que palpita en su interior conseguirá cautivar al público en las sucesivas tardes de esta liga: “yo lo que quiero es ilusionaros a vosotros, a los aficionados”, nos dice.