Cuando uno se aposta frente al televisor para dejarse encandilar por ese buen rollo que destilan los noticiarios o cuando, casi en alarde de nostalgia, sume sus dedos sobre la celulosa entintada de un periódico, hasta al más escéptico le amarga el almíbar. Guerra, muerte, epidemia, hambre, destrucción. Bien parecería que el fin de los días está pronto y que la parusía, a no mucho tardar, empezará a soplarnos en el cogote.
En medio de este clima que contagia a la sociedad de un inaudito pesimismo, cuesta pensar que algo marcha bien en medio de nosotros. Todo traslada un mensaje negativo. «Tú siempre negativo, nunca positivo», que diría Van Gaal. El clima político, la situación económica y otras tantas cuestiones consiguen agitar el debate público mientras, y por si le faltaban guindas al pavo, las redes sociales en su virtud menos heroica echan gasolina al fuego para inflamar las mentes del consumidor.
No es fácil hacer canastos con estos mimbres. Y si así se encuentra la sociedad y el estado general de las cosas, imagine cómo está el patio si hablamos de toros. Ese maravilloso sindiós que sobrevive como un espejismo atávico en medio de la líquida modernidad. Esa alteridad cultural que se impone a la realidad posmoderna, esa que ha pasado de bajar la Gioconda al metro a pintar un mundo de unicornios sobre nubes de fresa.
Y así las cosas, quién se pone a construir, quién le echa manos a los cimientos mientras la casa se tambalea. Pero es una cuestión de pura lógica darwiniana: la transformación y la evolución se basa en la capacidad de adaptación, la cual se exige cuando el mundo – tu mundo – se encuentra sumido en la catarsis. Y no hablamos de la liturgia y del fundamento, de lo inmaterial que sobrevive en el mundo de los toros, que es por definición, conceptual e imperecedero en la esfera de las ideas. Al contrario, hablamos de lo profano y lo prosaico, de lo mundano y lo terreno: del parné, de los cuartos, de los dineros. De aquello que corrompe al hombre pero que tan necesario es y que hace posible que la tauromaquia, como industria cultural, siga funcionando como realidad y no como entelequia.
El modelo y el sistema organizativo está caduco; y quien lo probó, lo sabe. Por eso tan necesario es en este mundo de hoy plantear alternativas que motiven y estimulen, que pretendan renovar lo que parece más que obsoleto. Y no hablamos de dar lo que es justo a quien conforma la industria, que por supuesto, sino de ofrecer con la esencia de siempre un producto nuevo: que brille más, con nuevos accesorios y que siga llevando a la gente a la puerta de la taquilla. Algo que vaya más allá de cambiar el maquillaje y el envoltorio. Es ofrecer calidad, made in Spain, revestida de siglo XXI.
Y así parece ser que se presenta la Liga de Novilladas. Ya sólo la idea supone una patada hacia adelante. Un sistema integral e integrador, que da una lógica y una coherencia, como parte de un producto con una unidad de destino. Una imagen limpia y fresca que recuerda – y no creo que por casualidad – a algunas de las competiciones deportivas más rentables y feroces del otro lado del charco. Es algo que, a pesar de lo que algunos rajan por ahí que se miran el dedo mientras le están señalando la luna, va más allá de la publicidad y del Instagram.
Es una mirada puesta al servicio del futuro y que recupera, en espíritu, muchas de las cosas perdidas en el camino. Es una llamada a incorporar modelos, tendencias y recursos. Nuevas formas de trabajo, métodos de llegar y conectar con la sociedad. Es posibilitar una renovación desde abajo, es ofrecer una alternativa al espectáculo del siempre con nombres que prometen y que ilusionan; es darle digna salida a los animales que empiezan a cumplir hierbas en medio de la dehesa. Es poder ir a los toros sin la necesidad de que te sangren la cartera por sentarte en el mullido hormigón de los tendidos.
Y como obra humana, sus defectos tiene. Sus carencias y defectos pero que, por una cuestión de ensayo-error, va corrigiendo. Pero a lo que vamos. Que en medio de este mundo aciago, de este valle de lágrimas, mientras haya quien apueste por una tauromaquia moderna y transformada sin renunciar a las esencias, habrá motivos para la esperanza y el optimismo. Mientras haya ilusión y gente pensando no en lo suyo sino en el bien común, podremos pensar que no todo está perdido.