La Liga Nacional de Novilladas nace en un momento en el que las únicas certezas que albergamos son las que nos recuerdan lo frágil que era la normalidad de hace apenas un par de años.
Los festejos taurinos en la mayoría de los pueblos se celebraban en días de fiestas multitudinarias, sin restricciones horarias y con abundancia de interacciones, previstas o improvisadas, con gente desconocida. Aunque el proceso de vacunación avanza con celeridad, uno tiene serias dudas de que las fiestas populares puedan volver a ser como fueron en meses o años.
Sin embargo, no hay razón para que los festejos taurinos no puedan sobreponerse a esas limitaciones y puedan celebrarse, atrayendo a aficionados y a público general, sin una asociación directa a multitudes festivas. Pero eso obliga a que cada festejo tenga una entidad propia que lo convierta en una experiencia que merece ser vivida y celebrada con independencia del ambiente festivo de la localidad que lo acoja.
Para que esto sea así todos tenemos que poner algo de nuestra parte. Los organizadores deben tratar de mejorar los accesos y la comodidad de las plazas (algo que es imposible este año, pero que resulta ineludible acometer en el corto plazo). Los ganaderos, deben ofrecer unos toros excelentemente seleccionados, alimentados y en forma, a pesar de la tragedia que esta situación ha llevado al campo bravo. Los novilleros están obligados a una preparación incansable hasta el día de cada festejo y a una entrega sin límite en cada uno de ellos. Y los aficionados, debemos exigir de forma rigurosa el toreo cabal desde el tendido, sin triunfalismos vanos ni críticas atenazadoras.
Sólo de este modo el festejo cobrará una importancia propia que merezca la presencia del público en la plaza y la difusión en los medios generalistas de lo que esa tarde haya acontecido.
La rivalidad entre los novilleros, la capacidad de atracción de nuevo público joven a través de redes sociales y la construcción de la historia de cada circuito (selección de los novilleros, competencia entre ganaderías, sedes en las que se celebran los festejos, etc.) constituye también un intento de generar una expectación en cada festejo que no es ahora habitual.
Pero el esfuerzo que ha realizado la Fundación del Toro de Lidia, los profesionales que actuaron desinteresadamente en la Gira de Reconstrucción, las distintas administraciones autonómicas y los patrocinadores no servirán de nada si quienes se visten de luces en cada festejo no comprometen en él todo su conocimiento y su entrega en la búsqueda de una faena que los aficionados sigan recordando dentro de veinte o treinta años.
No era nada fácil que ellos vieran cumplido su sueño de torear en un año tan difícil como éste. Pero muchos han puesto esfuerzo y dinero para hacerlo posible. Ahora les toca a ellos demostrar que todo eso ha merecido la pena y que lo suyo no era una ilusión infantil sino un compromiso radical por convertirse en figuras de toreo. Si no lo hacen, todo habrá sido en vano.